Reflexiones

viernes, julio 29, 2005

 


¿Por qué fallan los Intelectuales?




Recientemente Blanca García, presidenta de la Asociación de Profesores de Secundaria, dijo: “la principal razón [del actual] fracaso educativo, del que además los peor parados son los alumnos de la escuela pública, no ha sido la falta de dinero. [La culpa] es de un sistema educativo elaborado en despachos de personas que no han pisado un instituto en su vida y que tienen unas teorías muy bonitas, pero que luego en la aplicación práctica son un desastre”.

Eso mismo es lo que hemos estado defendiendo los economistas durante años. Los creadores de esos “sistemas” que indica doña Blanca son los ingenieros sociales e intelectuales, y sus objetivos y resultados siempre van en detrimento de toda la comunidad.

Pongámoslo en el plano económico y centrémonos en el caso de los “fallos de mercado”. Para un ingeniero social e intelectual, el mercado sigue unas pautas dadas que no engloba a las personas. Los intelectuales e ingenieros sociales —como J. Stiglitz, P. Krugman— no construyen sus modelos en base a las acciones de las personas reales, sino en base a unos modelos que ellos consideran justos. Para alcanzar sus elevados principios trabajan con agregados que representan por medio de fórmulas matemáticas. Estas fórmulas no contemplan la capacidad creadora de cada individuo, o la realidad cambiante de la sociedad, sino que redistribuyen las dotaciones dadas. A saber, sólo reparten los flujos productivos de una parte a otra en un entorno de competencia que no existe en la realidad.

Una vez que los intelectuales e ingenieros sociales trasladan sus modelos del papel a la realidad entonces se crean resultados no deseados ni esperados que complican y empeoran la situación anterior. Aparentemente esto significa un fallo del modelo, pero los intelectuales no lo ven así. Para ellos lo que se produce es un fallo de mercado. Es decir, cuando el resultado real no concuerda con el modelo “ideal”, entonces creen que la realidad está equivocada; se ha producido un fallo de la gente.

Si en el terreno de las ciencias físicas y naturales se produjese esta misma miopía científica aún creeríamos en la definición de universo de Aristóteles donde los astros (mundo supra–lunar) son seres animados, no sometidos a corrupción ni generación, estando su cuerpo creado de un “quinto elemento” eterno e incorruptible: el éter. Pero al enviar la primera sonda al espacio, y ver que tal ficción no existe, la comunidad científica no habría calificado la antigua teoría de Aristóteles como un fallo del modelo, sino como un fallo del universo.

Así como parece absurdo esperar este tipo de actitud en los científicos naturales, ¿por qué se aplaude la ceguera de los científicos sociales, y tan especialmente de los economistas (los nuevos intelectuales e ingenieros sociales)? Efectivamente, para los intelectuales de hoy día la solución no es reformular sus modelos de justicia, o cambiar la metodología, sino cambiar la realidad para que ésta se adapte a “su modelo”. La figura más conocida de este resultado es el “homo oeconomicus”. Una vez se dan cuenta que el hombre–robot no existe (homo oeconomicus), los intelectuales recurren a los políticos y gobiernos para poder aplicar las únicas armas que éstos saben manejar: la fuerza, la ley y el castigo.

Tomando la base de este mismo principio determinista (toda acción humana es planificable, controlable y moldeable) Lenin estableció su “paraíso socialista” fijándose en las ideas del “socialismo científico” de Karl Marx. La visión de los dos fue la misma, convertir a todo ser viviente en un perfecto estúpido sin voluntad ni libertad. Los resultados saltaron a la vista: pobreza en todos los países socialistas, asesinatos indiscriminados por parte del estado, disoluciones de familias, hambrunas, etc.

Lord Keynes, otro intelectual e ingeniero social, también encontró en ese dirigismo la solución definitiva al mundo. Pero a igual que Marx y Lenin también falló. Otro ingeniero social más reciente, Stiglitz y su “panda antiglobalización” también ven en esa forma de “imponer soluciones” la medicina al cáncer del mundo. Su lema puede resumirse en: “cuanta menos libertad tenga el individuo, y más burócratas nos digan qué hemos de hacer, mejor funcionaremos como conjunto. El individuo no importa ya que, propiamente, no existe en el modelo”.

Los intelectuales e ingenieros sociales pueden reinventar mil modelos de sociedad perfecta, pero todos siempre fallarán. La mejor aportación que
pueden hacer estos intelectuales es empezar a trabajar de verdad para la gente e ir a buscar trabajo a una empresa privada.
Jorge Valín

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